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Los errores en la argumentación o falacias

Aristóteles dedicó su libro Sobre las refutaciones sofísti­cas a estudiar los razonamientos desviados (paralogismos), es decir, aquellos razonamientos que no lo son pero lo parecen. Cuando argumentamos, a veces cometemos errores, utilizamos malos argumen­tos, construimos razonamientos defectuosos, que­brantamos las reglas lógicas, en una palabra, empleamos argumentos no válidos y argumentos incorrectos. Tradicionalmente los lógicos han empleado la pala­bra "falacia" para designar aquellas argumentaciones que son incorrectas pero que aparentemente poseen una fuerza de prueba -o acogencia‑ que de hecho no tienen. Dicho más sencillamente, muchos autores entienden por falacia una argumentación incorrecta pero que parece correcta. Hay autores que a las falacias que se cometen intencionadamente las llaman sofismas, y a las que se cometen sin intención las denominan paralogismos.

Desafortunadamente, muchas veces el término "falacia" ha sido aplicado no sólo a argumentos que son defectuosos, o que encierran errores, sino también a argumentos que son aceptables y correctos en determinados contextos de diálogo. Así, por ejemplo, se entiende por falacia ad verecundia (la falacia de apelar a la autoridad), como veremos, el argumento que pretende justificar una creencia o punto de vista apoyándolo en las afirmaciones de alguien que tiene o a quien se le reconoce algún tipo de autoridad. Pero este modo de argumentación no siempre es incorrecto; es más, en algunas ocasiones puede ser una buena estrategia argumentativa intentar lograr convencer de lo que defendemos haciendo ver cómo nuestra opinión en un determinado campo se basa en la que sostienen los expertos reconoci­dos en esa parcela del saber. Por tanto, el considerar un determinado argumen­to como falaz o no, depende de los contextos particulares en los que se realiza ese diálogo y de las intenciones de éste.

Si dos o más personas quieren dialogar y llegar a acuerdos argumentativamente logrados, han de respetar unas reglas, cuyo seguimiento asegura el diálogo como actividad racio­nal y razonable. Vamos a considerar las falacias como estrategias argumentativas que violan alguna o algunas de las reglas que hacen posible el diálogo argumentativo. Entenderemos que la falacia es una táctica particu­lar de argumentación que puede ser usada correctamente en algunos casos para conseguir los fines legítimos de una discusión razona­ble, pero que en otros casos se usa como estrategia para evitar que se alcance la finalidad del diálogo y conseguir, así, imponerse de modo injusto al interlocu­tor. Cuando un argumento se usa de este segundo modo, lo critica­remos diciendo de él que es falaz. Esta manera de entender las falacias exige una atención expresa a los contextos en que se desarrollan los diálogos y a las intenciones comunicativas de los hablantes.

Algunas de las falacias más frecuentes son:

  1. Preguntas complejas

Hay preguntas que conllevan presuposiciones. Por ejemplo, si alguien pregunta (9), está dando por supuesta la verdad de (10):

(9) ¿has dejado ya de molestar a mi primo?

(10) Tú has estado molestando a mi primo.

Tanto si se contesta a (9) afirmativa como negativamente, se está admitiendo (10).

En muchas ocasiones puede ser adecuado hacer este tipo de preguntas, pero hay veces en las que este tipo de preguntas se hacen para tender una trampa y ofuscar al interlocutor, y así conseguir que admita afirmaciones que pueden ser usadas en su contra. Este segundo caso se trata de una falacia.

  1. Argumento circular

Estos argumentos consisten en hacer una declaración y defenderla presentando razones que significan lo mismo que la primera afirmación.

Por ejemplo, si alguien dice que la razón de que la porcelana se rompa fácilmente es que la porcelana es frágil, está utilizando una palabra <<frágil>> para designar el mismo fenómeno que quiere explicar; pero nombrar un fenómeno no es dar razón de su causa.

Los argumentos de esta clase son defectuosos porque no ayudan a conseguir el objetivo del diálogo, que es probar una tesis partiendo de primicias aceptadas por el interlocutor, puesto que con tales argumentos no se prueba nada.

  1. Argumento de autoridad

Se trata de intentar defender una opinión sin presentar las pruebas pertinentes, apelando únicamente a una autoridad que la defiende o la ha defendido.

En general, cuando presentamos un razonamiento muy extenso, no siempre se nos puede pedir que justifiquemos todas las premisas. Por tanto, no siempre será incorrecto que citemos autoridades en la materia sobre la que estemos hablando para apoyar nuestros razonamientos.

Cosa muy distinta es que se intente justificar una opinión que pertenece a cierto campo del saber, apelando a la autoridad de alguien que es una eminencia en un campo distinto: en este caso la argumentación es claramente falaz. También podemos hablar de falacia cuando la persona que usa un argumento de este tipo insiste excesivamente en la referencia a la autoridad y trata de suprimir las respuestas críticas que se le puedan presentar.


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